Es la segunda vez

Empieza a sonar una alarma de carro. Me asomo por la ventana y veo a cuatro tipos, todos jóvenes, bajándose de un Tsuru gris. “Vámonos ya”, dice uno y se echan a correr. No pudieron apagar la alarma y eso significa que el auto es robado.

Con cautela los vecinos nos comenzamos a asomar a la calle. La señora de la casa de al lado dice que vio que los cuatro traían pistolas. También cuenta que primero caminaron y luego corrieron hacia la otra colonia. En su descripción imita la forma en que los asaltantes se guardaron las armas, además de resaltar el tamaño de las “pistolotas”. Otra vecina sale y dice que observó lo mismo. Eso es todo lo que se puede ver si uno se atreve a esconderse entre las cortinas.

Revisar el auto a plena vista, conociendo el suelo que uno pisa, revela algunos detalles. En el asiento trasero hay unas bolsas de supermercado, lo que indica que el asalto fue cerca; no más de diez calles. Los ladrones no avanzaron mucho, porque el cofre no está muy caliente. Tampoco les dio tiempo de saquear nada, pues hasta el estéreo sigue ahí.

Una vecina llamó a la policía desde que su mente asoció la alarma, los tipos corriendo y esta despreciable realidad. Cinco minutos después llegó la patrulla, se detuvo justo a la mitad de la calle y descendieron tres oficiales. Hicieron preguntas mínimas y empezaron a catear el vehículo. No encontraban los documentos del vehículo y mucho menos las llaves. El siguiente paso fue comenzar la averiguación, para saber si alguien ya había presentado un reporte de robo.

Entre varias llamadas y el continuo registro de objeto robado, se fueron otros diez minutos.

“Ya tenía tiempo que no nos tocaba en esta calle”, dice una vecina que yo ubico porque siempre sabe los chismes de la cuadra. Efectivamente, ya no nos había tocado. O no que yo sepa. En las otras calles son otras historias, es otra gente. Acá ya han sido varios; a veces pasa, a veces no, como si fuera cuestión de suerte.

Por el radio de un policía nos podemos enterar de que ya dieron con el dueño del coche y viene en camino. Finalmente llegó el señor caminando, escoltado por otros tres elementos de la autoridad. “Hijos de la chingada”, maldice. “Sí, fue a unas calles de aquí”, nos responde. “Sí, eran cuatro cabrones”, confirma. “Es la segunda vez”, cuenta.

Una vez localizado el vehículo, su urgencia era por encontrar a su suegro y que éste no levantara la denuncia. La otra vez tardó dos meses en recuperar el Tsuru, porque lidiar con las autoridades toma tiempo. También le costó mucho dinero, no dice cuánto pero deja ver que no todo fue legal. Los policías que lo atienden comprenden de lo que habla. Esa vez encontró solución porque un conocido suyo es cercano a Eruviel, el gobernador del Estado de México. “Así sí salió en dos días”, termina.

El frío cala y yo prefiero volver a mi hogar. Afuera, ellos, los policías, el dueño y los vecinos, siguen danzando en la obscuridad, alumbrados por un foco amarillo y las torretas de las patrullas que ya se acumularon. Sólo les falta llegar a un acuerdo. Después de un rato arrancan todos los coches, incluso el robado y se van. Es la segunda vez. O la tercera, o la cuarta, o la que tenga que ser.

Arte en menos de 5 minutos (En realidad 4, porque eso dura “Cúrame” de Panteón Rococó)

Esta crónica sucede en no más de cinco minutos, porque en menos que eso es posible crear una obra de arte. Un poco de negro, otro tanto de azul, los mezclamos. Difuminado porque da profundidad. Mona. Eso es el cielo. Luego, con color blanco y una pluma pintamos la nieve del volcán. Mona. Después unos árboles felices y listo.

Cúrame, cúrame, cúrame del corazón.

Encapsulado en un  botecito de plástico ha quedado un sombrío paisaje del volcán Popocatépetl, en óleo sobre una tarjeta de teléfono. El volcán es el mismo que han trazado artistas como José María Velasco o el Dr. Atl, pero esta obra es del Pinturas. Así le dicen sus cuates y poco más se sabe de él, pero usualmente visita el corredor que conecta la glorieta de los Insurgentes con avenida Chapultepec. Este artista forma parte de los más de cuatro mil indigentes que habitan las calles de la ciudad de México, según las cifras oficiales del Instituto de Asistencia e Integración Social. Pinturas está muy alcoholizado y un poco drogado. Eso no le impide crear arte.

Panteón Rococó te viene a cantar esta rola que habla de amor y verdad.

El estado en el que se encuentra no complica la faena artística, pero su disposición para mostrarse al público sí cambia. Fácilmente se puede notar que no está del todo consciente de lo que sucede y con facilidad olvida algunas partes de la conversación. 61% de los indigentes de la capital consumen drogas, de ellos, 44% son alcohólicos y 23% utilizan solventes, como Pinturas. Entre bromas, albures, risas y uno que otro sinsentido, el Gus, Mariana y Erick, también drogándose, logran convencerlo de que pinte algo.

Ya han hecho del pasillo un territorio suyo. Caminando desde la glorieta, al fondo del túnel, a la luz del sol, se aprecian unas escaleras como punto de fuga, que más bien unos 5 jóvenes indigentes utilizan como cama. El sol les quema y se acuestan sobre el pavimento en posiciones poco ortodoxas, pero ni el ruido de la ciudad les impide dormitar en sábado al mediodía. En las orillas del pasillo obscuro, sucio y maloliente, se resguardan otros muchachos del grupo, sentados platicando, tomando y moneando. El corredor está flanqueado por el Centro Cultural Xavier Villaurrutia, quién sabe si el arte del Pinturas tenga cabida en la cultura que allí se promueve.

Cúrame, cúrame, cúrame del corazón.

Con incierto equilibrio, Pinturas se levanta de la cubeta en la que estaba sentado para sacar sus instrumentos de una gran mochila escolar que todo el tiempo trae al hombro. Revuelve y revuelve lo que hay dentro hasta que finalmente encuentra una tarjeta de teléfono limpia y una caja de madera. Al chingadazo se vuelve a sentar. “¿Son tarjetas de teléfono? No, wey, son de plástico. Jajaja”, cuenta Pinturas un chiste que minutos después repetiría, probablemente sin notarlo y riendo siempre con la misma alegría.

De la caja de madera, Pinturas saca un par de tubos de óleo, azul y negro, aunque tenía colores para escoger. Abre el azul y vierte un poco de pintura sobre la tarjeta, para después esparcirlo hasta cubrir el lienzo, todo con los dedos. El siguiente paso es colocar negro y “difuminarlo”, dándole “profundidad”. Términos que el artista dice no entender pero se oyen bien chidos.

Una noche te encontré en esta gran ciudad, parada en una esquina de angustia y ansiedad.

Con el negro y azul quedó el cielo, ahora Pinturas busca confundido una pluma o pinceles. El primer lugar al que se dirige su mano es la parte posterior de su oreja, pero la Bic no está ahí. Después en sus bolsas y nada. Finalmente halla una en su mochila. Con ella, y un pulso bastante fino, pinta la nieve de un volcán con una espesa mezcla blanca. Ahora la obra tiene sentido.

El toque final son unos árboles felices, según Pinturas. Con lo poco que quedaba de negro y sus hábiles dedos, en la parte inferior del lienzo comenzó a colocar manchas que se convirtieron en las copas de los árboles. La técnica sólo él la sabe, parecía impasto o restregado, agregando volumen y textura a la imagen.

¡Listo! Quedó la pintura del Pinturas en menos de cinco minutos. Hasta esperar a que se seque quedará guardada en un vasito gelatinero, y podría venderse en unos 15 pesos. Aunque muchos no lo noten, esto también es arte.

Cúrame, cúrame, cúrame del corazón.

Escapando de Alcatraz

Diario del recluso AZ1441.

Prisión de Alcatraz, San Francisco, Estados Unidos.

15 de mayo de 1962

El plan ha quedado listo, será complicado pero no imposible. John, Clarence y Allen suenan bastante confiados, cada quien conoce sus labores y ahora sólo queda comenzar a trabajar. Finalmente saldremos de este encierro. No más obscuridad.

20 de mayo de 1962

¡Qué ansias de tener todo listo! Muero por dejar este maldito lugar; no más maltratos, horrible comida, noches frías y soledad. Esos guardias piensan que son muy listos, ahora sabrán quién realmente lo es. Allen ya consiguió la cuchara para cavar, mientras John y Clarence están trabajando en la aspiradora que robaron de la sección de limpieza. Cada vez falta menos.

23 de mayo de 1962

“La Roca”, una prisión impenetrable, no existe tal cosa, hay fallas y las he encontrado. Mi mente recorre una y otra vez el plan. No puede salir mal pero tampoco tenemos el éxito asegurado. Es obvio que las paredes tienen daños de la humedad, salir de la celda es posible. Dejar la cárcel y la isla será más complicado. El taladro que hicimos con la aspiradora está terminado, John y Clarence hicieron un buen trabajo. Yo he podido conseguir un cortaúñas y una cuerda de metal del taller. No he podido dormir.

24 de mayo de 1962

Llueve, sólo lo sé porque escucho el agua y los truenos. No puedo ver la lluvia o sentirla, hace meses que no lo hago. Pronto comenzaremos a raspar la pared, para quitar la rejilla que da a la ventilación y hacer el hueco más grande. Ya también estamos consiguiendo el cartón para el anzuelo; el cabello lo vamos a robar de los desechos de la barbería. La lluvia no para de caer.

30 de mayo de 1962

Estando tan ocupado, los días ya no han pasado tan lento. Hemos terminado las vías de escape de las celdas. Mientras utilizábamos el taladro que hicimos, Allen tocaba el acordeón, así despistamos a los guardias. John consiguió el cabello y su hermano Clarance ha robado el cartón, esta noche comenzaremos a trabajar en los muñecos. Soy el responsable de conseguir los impermeables para improvisar una balsa. Ni estando rodeado de agua me van a detener. Estas rejas no me encierran mientras yo sepa cómo salir de aquí.

4 de junio de 1962

Dejamos listos 4 muñecos hechos para disimular que aún dormimos, los hicimos de cartón y cabello real. Esos cuatro seres se quedarán ahí encerrados, sin vida, mientras los reales nos fugamos de la realidad. Unos días más y todo estará listo.

9 de junio de 1962

Sólo estamos esperando el momento indicado. Se siente cerca el día, hora y momento precisos. Allen se nota bastante nervioso. John, Clarence y yo estamos lo suficientemente hartos como para preocuparnos. Es preferible morir en el intento que seguir aquí.

11 de junio de 1962

Hoy es el día.

15 de junio de 1962

Nos han declarado muertos, seguramente es porque ellos jamás vivieron la muerte que es Alcatraz. John, Clarence y yo lo logramos, escapamos de la prisión, nadie lo había logrado. Allen no salió, no supimos qué pasó con él, jamás llegó al punto de encuentro. Como estaba pactado, dejamos los muñecos de cartón en nuestras camas y salimos de las celdas por el respiradero hacia el pasillo. Ahí nos encontramos y salimos al tejado atravesando una salida de ventilación. Afuera anduvimos a gatas por el techo, hasta el extremo donde pudimos bajar agarrándonos de los tubos de la cañería. Tuvimos que saltar varias cercas pero logramos llegar a la playa. La balsa que armé con varios impermeables funcionó bastante bien, la inflamos con el acordeón. Corrimos, nadamos, con fuerza nos alejamos de la prisión.

En cuanto llegamos a San Francisco huimos de la ciudad. Las noticias dicen que la policía nos ha buscado por días. Asumieron que morimos ahogados, no han encontrado nuestros cadáveres. A John y Clarence jamás los volveré a ver.

De mí tampoco nadie sabrá. Ya no soy el prisionero AZ1441, pero tampoco puedo ser Frank Lee Morris. No sé quién soy, ni a dónde voy. Lejos de Alcatraz, eso es seguro. Lejos, muy lejos.

El León

Buenos Aires, Argentina, 1978.

Es una fría noche en el puerto de Buenos Aires. Una ligera lluvia humedece la ciudad y el cielo está completamente nublado. Las calles están desiertas. No hay vida en el exterior.

Una farola alumbra tenuemente el callejón. El empedrado se pone resbaloso con la lluvia. Los edificios están cerrados; las puertas y ventanas completamente selladas. Él conoce el escenario, porque ha recorrido miles de veces esas laberínticas calles, pero sabe que podría no volverlo a hacer.

Manuel trae las ropas desgastadas y la negra melena suelta. Además carga una pistola y una foto vieja; lo que le importa está en su mente y alma. Después de años de resistencia, la mirada de Manuel se nota cansada, pero sigue fija en un mejor porvenir. La realidad lo condujo a una lucha incansable por algo más que sobrevivir. Las circunstancias lo arrastraron a ese obscuro callejón.

A lo lejos gritan sus persecutores, lo rastrean y se acercan rápidamente. Él, perdido en sus pensamientos, no nota que ya topó con pared. No sigue el camino. No hay salida. Llegó el momento.

“El León” saca la 9 milímetros y se esconde en el pórtico de un edificio. Son cada vez más fuertes las pisadas, porque los oficiales están más cerca. La lluvia no para. Cuando llega el primero de los policías, Manuel sale apuntándole, pero pronto se ve rodeado.

El sospechoso concuerda a la perfección con el perseguido. Tras meses de búsqueda, por fin habría ajuste de cuentas. Sin tiempo para insultos o forcejeos, sin vacilar, el sargento abre fuego y le da. No querían detenerlo, iban por él. La explosión se escucha también en Santa María, San Miguel, Palermo y Barracas.

Santillán cae herido de muerte. Los oficiales desconcertados lo miran desangrarse poco a poco. Él, con su último aliento, antes de morir, responde: -Queridos enemigos de siempre, hoy dejo este mundo de dolor. Nunca se olviden que el llanto de la gente va hacia el mar.-

Después de aquella noche, los oficiales que vieron morir a Santillán abandonaron la institución. Nunca más se supo de ellos y del caso no se habló más. Se desvanecieron igual que “el León”.

El único recuerdo que queda de Manuel Santillán lo conserva un borracho. Se dice que en un sucio bodegón de San Telmo, un borracho murmuró, entre lágrimas, las últimas palabras de Manuel: -Llanto, dolor, sufrimiento de un pueblo se ahoga y se hunde en el mar.-

La discapacidad no les impide ser felices

Como la parte de su programa de Desarrollo Comunitario y Asistencia Social, la YMCA cuenta Centros de Educación Especial dedicados a dar apoyo a jóvenes con discapacidades intelectuales leves y sus familias. En estos centros, además del área académica, desarrollan habilidades psicomotrices, psicológicas, de vida cotidiana y de integración social. El objetivo es que al terminar el ciclo puedan llevar una vida independiente plena.

La problemática que atiende el programa de la YMCA México es la marginación y falta de oportunidades para los jóvenes con discapacidades intelectuales leves. En la mayoría de las ocasiones, la sociedad mexicana reacciona con rechazo porque existe la creencia de que no pueden valerse por sí mismos y por consecuencia, no pueden aportar a la sociedad. Chaak, Chucho, Ana, Pepe, David, Carlos y todos los demás son prueba de que, además de alcanzar la independencia, la discapacidad no les impide ser felices.

Este proyecto fotográfico fue realizado en el verano de 2012 como parte del servicio social en un Centro YMCA de Educación Especializada. Las imágenes documentan el día a día de los muchachos y originalmente componen la memoria gráfica de la institución.

YMCA1 YMCA2 YMCA3 YMCA4 YMCA5 YMCA6 YMCA7 YMCA8 YMCA9 YMCA10 YMCA11 YMCA12 YMCA13 YMCA14 YMCA15 YMCA16 YMCA17 YMCA18 YMCA19